El uso masivo de dispositivos con conexión a Internet por parte de la población mundial ha producido cambios radicales en las formas de relación humana. Aún es pronto para tener una perspectiva de las consecuencias de esta transformación. Pero la transformación de nuestra realidad en innegable.
Su uso ha aportado innumerables beneficios relacionados con la producción y acceso a información, y a múltiples formas de interacción online. Una doctora, por ejemplo, puede hoy atender a un paciente a miles de kilómetros de distancia por videoconferencia. Pero también son muchos los riesgos para la salud que plantea el uso creciente e indiscriminado de pantallas digitales a cualquier hora del día y la noche, en cualquier espacio de nuestra vida.
El funcionamiento de las apps más extendidas, como las redes sociales, está regido por programas de inteligencia artificial, los famosos algoritmos, cuyo único objetivo es que pasemos el mayor tiempo posible usando sus plataformas. Y para conseguirlo utilizan toda la información que tienen sobre nuestros gustos y comportamientos: ofreciéndonos mediante notificaciones constantes contenidos adaptados para atraer nuestra atención.
Son por tanto criterios para el beneficio de las grandes empresas tecnológicas los que están marcando nuestra rutina diaria, en la que siempre parece un buen momento para desbloquear una pantalla. En consecuencia estas rutinas favorecen la pérdida de autocontrol (abuso y adicción) a la par de otros riesgos de salud (trastornos del sueño y el descanso, lesiones posturales, fatiga ocular, pérdida de información privada, desajustes en el autoconcepto y la autoestima, déficits atencionales, impulsividad y agresividad, aumento de conflictos interpersonales, trastornos alimenticios, etc…).
Muchos son los estudios aportados en los últimos años acerca del impacto en la salud de la población (especialmente en la infancia y la adolescencia) por grupos de investigación y sociedades científicas de ámbitos como la neurología, la pediatría, la psiquiatría, la psicología y la pedagogía.
En Canarias
Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en 2019 el 66% de la población canaria de entre 10 y 15 años ya tienen un teléfono inteligente a su disposición y el 89,7% disponen de ordenador. Siendo usuarias de internet el 92,9% de las personas en esa franja de edad.
Desde Fundación Canaria Yrichen hemos constatado la tendencia en los últimos años claramente ascendente en el número de casos y personas que se acercan para solicitar información o ayuda sobre este tema: situaciones de abuso o adicción a las nuevas tecnologías, que puede ir combinadas con otras adicciones a sustancias, o aparejadas con problemas de juego online, etc…
Las repercusiones psicológicas de esta permanente mediación de las pantallas entre las personas y el mundo ya se están recogiendo en datos y estudios. Especialmente preocupantes, de nuevo, cuando se refieren a la infancia y adolescencia de las generaciones que han convivido o están conviviendo durante su etapa escolar con estas apps y redes sociales.
Nuestra campaña.
Como respuesta a lo hasta aquí planteado Fundación Canaria Yrichen lanza esta campaña de sensibilización dirigida a la población en general, pues se trata de un problema transversal.
Una campaña que planteamos como un reto: el de “salvar los muebles” de la salud dentro del tsunami digital que invade nuestra vida más intima.
Para ello hemos optado por crear un concepto tan novedoso como el problema en sí: un dispositivo que aún no existe fisicamente, pero que seguro se acabará fabricando: el pantallómetro.
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